Mi CRISIS EXISTENCIAL - MI REGALO DE VIDA
- Desi Atanasova
- 8 feb 2018
- 12 Min. de lectura

He decidido hacer este artículo para todas aquellas personas que están haciendo Un curso de milagros, lo han dejado un tiempo o dudan de si empezarlo.
Los que me conocéis, sabéis que llevo unos años con el curso y que mi vida cada vez gira más en torno a la enseñanza no dual pura que enseña. Conocí el curso gracias a los vídeos de Enric Corbera en 2012-13, aunque ya en 2011 un compañero mío de la Formación de Yoga Integral me habló de él, pero no me llamó tanto la atención en aquel momento. Por supuesto, eso fue perfecto y formó parte del guión que tiene la vida para mí para despertar de este sueño que llamamos vida.
No tardé mucho en comprarme el libro. Recuerdo que estaba muy entusiasmada cuando lo tenía en mis manos. Sentía que era algo importante, algo que me cambiaría la vida. El prefacio me encantó, mientras que La Introducción me sorprendió, pues no se corta nada cuando dice: “Éste es un curso de milagros. Es un curso obligatorio. Sólo el momento en que decides tomarlo es voluntario. Tener libre albedrío no quiere decir que tú mismo puedas establecer el plan de estudios. Significa únicamente que puedes elegir lo que quieres aprender en cualquier momento dado.” No sabía cómo tomarme eso. Por un lado, me sentí aliviada, porque eso podría significar que hay un plan para mí y no solo eso, sino que no dependía de mí en absoluto. Por otro lado, me sentí algo presionada y quizá… ¿limitada? Me está diciendo que el único libre albedrío que tengo es decidir cuándo hacerlo. Nada más. Y nada menos, por lo que constaté más tarde y hasta el día de hoy.
Pero el reparo que pude haber sentido hacia la Introducción no fue nada comparado con el primer capítulo. No solo me pareció complejo, sino que apenas comprendí su significado. Leí el primer principio de los milagros que reza: “No hay grados de dificultad en los milagros.”…. y pensaba: "¿Y qué leches significa eso?" Se me hizo muy pesado leer todo el capítulo. Me sentía desilusionada e irritada. Pensé que me habían tomado el pelo con el libro. Sin embargo, poco a poco, muy de vez en cuando, seguía leyendo y llegué más o menos hasta la página 100. Aunque me gustaba, no sé qué pasó ahí, pero dejé de leerlo. Me dije: “Esto es muy denso. Me gusta, pero voy demasiado lenta. Voy a hacer los ejercicios directamente, seguro que avanzo más así.” Por lo que ahora tenéis a Desi, con 22 años, haciendo los ejercicios de UCDM.
En aquel entonces, como todos los estudiantes del curso, creo, me hice la promesa de ir haciendo cada día, sin falta, la lección que me tocaba. Ingenua de mí. No sabía lo que estaba diciendo. Si bien llegué a hacer las primeras 10 o 20 “bien”, de repente, empecé a notar que cada vez se me exigía más. Más tiempo para meditar, más veces para repetir las frases, más tiempo para pensar con la mente recta (o la mente del Espíritu Santo)… más para todo. Y a veces se me hacía muy difícil, porque además en aquellos momentos empezaba una relación que se convertiría en una gran lección de perdón para mí en los años posteriores. Llegué a sufrir de una manera inimaginable. Claro, con su consiguiente miedo, culpa y resentimiento, por proyectar en mi pareja la causa de mi infelicidad. Ese período de mi vida ahora está bastante lejos de mi conciencia, como un sueño, en sentido de que tengo la sensación de que he vivido toda una vida desde entonces, y me sorprendo a mí misma recordar que justo en aquellos momentos ya estaba haciendo los ejercicios. Es como si recordara a otra Desi ahora.
La cuestión es que poco a poco fui dejando de hacer los ejercicios, y ya después de terminarse la relación, muy de vez en cuando aparecía en mi mente un pensamiento que me decía: “Oye, ¿recuerdas el curso? Sí, ese que tanto se supone que te encantaba. Pues no lo has terminado…” Y entonces me leía alguna lección, pensando que con leerla por encima y sin profundizar en practicarla, ya era suficiente.
El año pasado me fui alejando del curso lentamente pero sin pausa. No porque no creía en él, seguía viendo los vídeos de Enric Corbera que subía y seguía tratando de aplicar los principios que se me habían quedado de él, como que el otro no existe, es mi proyección, todo es un espejo, soy responsable de lo que siento, veo mi sombra fuera, etc., etc. Pero algo no me cuadraba. Estaba frustrada. Era infeliz. Me había esforzado muchos años en alcanzar… ni siquiera sabía qué quería alcanzar en realidad. Yo pensaba que era ser espiritual, tener una pareja que compartiera esa visión conmigo, tener éxito profesional y por qué no, financiero, hijos, casa, viajes… En fin, todas las cosas que me podía ofrecer el mundo y que pensaba que podían hacerme feliz.
Estaba entrando en lo que se convertiría en la mayor crisis existencial que he experimentado hasta ahora. Y digo la mayor, porque ya había saboreado otras más leves o también intensas, pero de menor duración. Y no unas pocas. Sin embargo, estaba empecinada en atraer cosas del mundo y no entendía por qué a otras personas les salían bien las cosas y a mí no. “Con todo lo que me he esforzado años… ¡¿para qué?!” Yo puse todo mi empeño y buena fe en proyectar y atraer esas cosas que tanto pensaba que necesitaba, y sin embargo, a mí no me funcionaba.
El inconsciente solo entiende de YO. Cuando pensamos en el otro, él lo traduce como si estuvieses pensando sobre ti mismo (pues sabe que en realidad solo hay Uno). Así fue como llegué a pensar que si las cosas no me funcionaban, es que algo en mí misma no funcionaba. Algo fallaba. Sentía que tenía algo dentro mío que era tan horrendo, tan malo, tan erróneo, tan roto… Recuerdo estar cada día más y más deprimida. Al principio no quería reconocer que no era capaz de conseguir atraer esas cosas del mundo, pero pasaba el tiempo y seguía en la misma situación, y mi tristeza dio lugar a la frustración y a la impotencia, que muy pronto acabaron por convertirse en puro odio.
Me odiaba a mí misma por no ser lo suficientemente buena. Me odiaba por no ser capaz, por no valer, incluso me odiaba por estar mal y desagradecida con la vida. Me pasaba los días malhumorada, sin ganas de hacer nada. Me despertaba cada mañana y atrasaba la hora de levantarme, porque no le veía el sentido a hacerlo. ¿Para qué? No tenía propósito en el mundo. No sabía quién era ni para qué estaba aquí. Estaba realmente perdida. Ese odio finalmente se proyectó hacia el Espíritu Santo, hacia Dios, que se convirtieron en mi chivo expiatorio. Era tan insoportable mi culpa y odio, que tenía que proyectarlo afuera, aun sabiendo que no hay nada ahí, porque todo está en Mi Mente. Me acostaba llorando por las noches encogida en postura fetal y temblaba de odio, de miedo y de dolor. “¡Hijo de puta”, gritaba desconsolada, “¡me has abandonado! Tanto tiempo entregándote mis problemas, ¿y para qué? Para qué…”. Sí, quizá te parezcan fuertes mis palabras, pero mi dolor era enorme, cosa que le venía de lujo a mi ego, porque me sentía más sola, y por tanto separada, que nunca. No sabía qué más hacer. En ese momento no era consciente aun que no se me pedía hacer nada, sino dejar de hacer y rendirme totalmente.
Mi crisis se agudizó. Ya no solo estaba frustrada con Dios o como queráis llamarlo. Empezaron a salir todas las cosas que había aprendido a lo largo de los años, y todas giraban en torno a la misma idea – esto es una ilusión. No es real. Este mundo es un sueño. Esto me llevó a experimentar una sensación de pánico y vértigo muy fuertes, porque sin darme cuenta empecé a dudar de mi propia existencia. Si el mundo es una ilusión y todo lo que veo en realidad no existe, es que yo misma no seré real. ¿Existo realmente? ¿Existe Dios? ¿Existe el mundo que me rodea? Literalmente, no sentía mis pies en el suelo. Fue más tarde cuando leí en el curso que el ego tratará de hacernos creer que él es real y nuestro Ser no, lo que significa que tratará de convencernos de que la ilusión es real, cosa que es imposible.
Poco a poco mi odio se convirtió en súplica. Durante varias noches, supongo que al estar ya tan exhausta, le empecé a suplicar ayuda a Aquel que había repudiado. Decía algo así como: “Espíritu Santo o Jesús, o quien sea que fueses… si existes, por favor, por favor, POR FAVOR, ayúdame…”. Aun dudaba de su existencia, pero era mi última opción. Sí, había contemplado la muerte, pero mi impotencia era aun mayor porque sabía que la muerte no existe. Que la energía ni se crea ni se destruye. Ahora, incluso suelo bromear con esto, diciendo que una no puede ni suicidarse a gusto, cuando ya sabe que la muerte no es real y por tanto, no es solución de nada. A los pocos días, estaba llorando desconsoladamente en mi cama de madrugada y de repente, mi mirada se topó con el curso. Hacía meses que no me acercaba a él. Pues cuando aun estaba con las técnicas proyectivas, no quería leerlo porque intuía que iba a tirar abajo todo mi empeño en conseguir cosas del mundo (efectivamente, el curso nos lleva a reconocer que no hay mundo, el cual es solo una proyección de nuestra mente que se cree separada, y que nuestra realidad no tiene nada que ver con lo que conocemos como nuestro mundo de las formas). Pero esa vez lo miré y algo me dijo que tenía que cogerlo. Como solía hacer hacía tiempo, lo abrí al azar, suplicando una respuesta a lo que me estaba pasando. Mis manos abrieron el capítulo 13, III. El miedo a la redención (ojo al nombre, qué casualidad), que me cambió la vida. Tomé conciencia a qué le tenía tanto miedo en realidad. Os pongo lo que leí:
Tal vez te preguntes por qué es tan crucial que observes tu odio y te des cuenta de su magnitud. Puede que también pienses que al Espíritu Santo le sería muy fácil mostrártelo desvanecerlo, sin que tú tuvieses necesidad de traerlo a la conciencia. Hay, no obstante, un obstáculo adicional que has interpuesto entre la Expiación y tú. Hemos dicho que nadie toleraría el miedo si lo reconociese. Pero en tu trastornado estado mental no le tienes miedo al miedo. No te gusta, pero tu deseo de atacar no es lo que realmente te asusta. Tu hostilidad no te perturba seriamente. La mantienes oculta porque tienes aún más miedo de lo que encubre. Podrías examinar incluso la piedra angular más tenebrosa del ego sin miedo si no creyeses que, sin el ego, encontrarías dentro de ti algo de lo que todavía tienes más miedo. No es de la crucifixión de lo que realmente tienes miedo. Lo que verdaderamente te aterra es la redención.
Bajo los tenebrosos cimientos del ego yace el recuerdo de Dios, y de eso es de lo que realmente tienes miedo. Pues este recuerdo te restituiría instantáneamente al lugar donde te corresponde estar, del cual te has querido marchar. El miedo al ataque no es nada en comparación con el miedo que le tienes al amor. Estarías dispuesto incluso a examinar tu salvaje deseo de dar muerte al Hijo de Dios, si pensases que eso te podría salvar del amor. Pues éste deseo causó la separación, y lo has protegido porque no quieres que ésta cese. Te das cuenta de que al despejar la tenebrosa nube que lo oculta el amor por tu Padre te impulsaría a contestar Su llamada y a llegar al Cielo de un salto. Crees que el ataque es la salvación porque el ataque impide que eso ocurra. Pues subyacente a los cimientos del ego, y mucho más fuerte de lo que éste jamás pueda ser, se encuentra tu intenso y ardiente amor por Dios, y el Suyo por ti. Esto es lo que realmente quieres ocultar.
Honestamente, ¿no te es más difícil decir "te quiero” que "te odio"? Asocias el amor con la debilidad y el odio con la fuerza, y te parece que tu verdadero poder es realmente tu debilidad. Pues no podrías dejar de responder jubilosamente a la llamada del amor si la oyeses, y el mundo que creíste haber construido desaparecería. El Espíritu Santo, pues, parece estar atacando tu fuerza, ya que tú prefieres excluir a Dios. Más Su Voluntad no es ser excluido.
Has construido todo tu demente sistema de pensamiento porque crees que estarías desamparado en Presencia de Dios, y quieres salvarte de Su Amor porque crees que éste te aniquilaría. Tienes miedo de que pueda alejarte completamente de ti mismo y empequeñecerte porque crees que la magnificencia radica en el desafío y la grandeza en el ataque. Crees haber construido un mundo que Dios quiere destruir, y que amando a Dios –y ciertamente lo amas– desecharías ese mundo, lo cual es, sin duda, lo que harías. Te has valido del mundo, por lo tanto, para encubrir tu amor, y cuanto más profundamente te adentras en los tenebrosos cimientos del ego, más te acercas al Amor que yace allí oculto. Y eso es lo que realmente te asusta.
Cuando leí la última frase, se me cayó la ficha. ¡Era eso lo que me asustaba! No tenía miedo del miedo, ni del odio, ni del dolor. Eso era fácil. Era conocido. ¡Lo que realmente temía era al Amor! Lo que equivale a temer recordar Quién Soy, cuál es Mi Verdadera Identidad. Pues era eso lo que experimentaba, una profunda crisis de identidad. Y lo que estaba pasando era que gran parte de la sombra oculta de mi mente inconsciente (la que compartimos entre todos - solo hay Una Mente, la que sueña este sueño de separación), estaba saliendo a la luz de mi conciencia, y todo para que sea vista y atravesada con otro Maestro, que el curso llama el Espíritu Santo. Sí, mi amigo al que insulté y odié durante un tiempo. Esa voz interior que reconoce Mi Ser.
A partir de ese momento, no os voy a mentir - no fue fácil ni repentino. No me desperté a la mañana siguiente cantando de alegría. Sin embargo, retomé el curso. Empecé a devorarlo. ¿Iba al salón? Leía el curso. ¿Iba a la cocina? Leía el curso. ¿Me tomaba el café por la mañana? Leía el curso. Encima tenía todo el tiempo del mundo, ya que no trabajaba ni tenía ganas de salir con nadie. Me culpé tanto por eso durante tanto tiempo... y es en retrospectiva que entiendo que fue perfecto, se me dio el tiempo necesario para aprovechar a leer, meditar y trabajar en mi mente tranquilamente. Así fue como empecé a comprender el curso a un nivel mucho más profundo. Además, el Espíritu Santo tenía otra sorpresa para mí. Me llevó a encontrar los vídeos de Nick Arandes y Susana Ortiz en YouTube, y me pasó lo mismo. Me despertaba con ellos y me acostaba con ellos. Poco a poco, la imagen se fue clarificando y cada pieza del puzzle tomaba su lugar. Todo empezó a cuadrar y me di cuenta de que estaba en el camino correcto (mejor dicho, que no existen caminos incorrectos, que no hay nada malo en mí, que sigo siendo Inocente porque sigo siendo tal como Dios (o la Fuente, o el Amor me creó) y que la paz era lo que realmente deseaba por encima de todas las cosas. Empezaron a caérseme muchos conceptos mentales que tenía, muchas creencias.
Por poneros un ejemplo, una de ellas fue sobre la pareja. Me había pasado la vida entera buscando mi media naranja, el hombre perfecto, el marido excelente y el padre ejemplar y, por supuesto, espiritual. Ahora, sabía que una relación no era para hacerme feliz, sino hacerme consciente de todos los obstáculos que pongo para no sentir la paz que mora dentro de mí, que es mi estado natural por Ser Quien Soy. Y la vida me trajo una pareja, una que estudia el curso conmigo. Pero hablaré de nuestra relación en otro post o quizá en algún vídeo (hace mucho que no me grabo y empiezo a echarlo de menos).
Asimismo, el Espíritu Santo me llevó a leer los libros de Gary Renard. Entre Nick, Susana, Gary y por supuesto el curso, sentí que había hecho un salto cuántico en mi vida. Quizá suene prepotente, pero así lo siento. No soy la misma que antes, lo que no quiere decir que no siga saliendo sombra del inconsciente y esté en la Paz de Dios todo el día. Pero ahora, no estoy sola y he elegido a otro maestro. Incluso he retomado los ejercicios desde el principio, y me perdono cada vez que me salto algún día por estar haciendo cosas mundanas o porque siento resistencia. Mi propósito ha cambiado diametralmente. Ya no es ir en pos de cosas en el mundo, aunque de vez en cuando aun sale alguna tentación. Ahora es estar en paz por encima de todo. Sí, siguen saliendo miedos, dudas, etc., pero todo es mucho más llevadero que antes precisamente porque no tengo que hacerlo sola. Tengo ayuda y está a mi alcance en todo momento. Como dice la Lección 30: “Dios está en todo lo que veo, porque Dios está en mi mente”. El Espíritu Santo es la Voz que habla por la Verdad, la Voz que nos recuerda nuestra Verdadera Identidad, y se encuentra en nosotros, porque aunque estemos soñando, no podemos dejar de ser Quienes Somos ni de olvidarnos de ello completamente.
Con mi historia os quiero animar, queridos lectores, si es que os resulta a veces duro o difícil el camino que estáis recorriendo con el curso. Tomaros todo el tiempo que necesitéis y pedid ayuda cada vez que os sintáis tentados a pensar con el ego y por tanto, reforzáis la idea de que estáis separados de nuestra Fuente, con la consiguiente sensación de miedo, culpa y carencia. Perdonad al otro, al mundo y perdonaros a vosotros mismos por lo que en realidad nunca ocurrió y elegid la Paz por encima de todo. El camino se hace solo y es el Amor Mismo el que dirige nuestro retorno a casa, así que relajémonos y confiemos en que siempre pasa lo mejor que puede estar pasándonos.
Ahora entiendo La Introducción del curso - significa que el éxito de la jornada que hemos emprendido es seguro. El guión está escrito y cada uno de nosotros está cumpliendo su papel a la perfección.
Volveremos a casa y nos daremos cuenta de que nunca salimos de allí...
Comments